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martes, 23 de abril de 2013

A modo de conclusión



Estudiando las relaciones entre deporte y cultura nos damos cuenta de estar frente a un dúplice y paradójico proceso. Por un lado la sociedad sigue deportivizándose en un sentido general que sobrepasa el contexto histórico y temporal de las prácticas agonísticas clásicas: el deporte entra en el lenguaje cotidiano y de las empresas, en la moda, en la manera de comportarse, entra en las ciudades en las que se crean nuevos espacios de socialización y de participación ciudadana. La metáfora deportiva está colonizando la vida pública. Pero a esta deportivización de lo social corresponde un proceso, simétrico y especular, de des-deportivización del deporte: el agonísmo codificado en reglas, estructurado en instituciones y hasta ritualizado en símbolos, ha perdido el poder ordinativo con respecto de las infinitas recientes variaciones del deporte y su diversificación comercial (Porro 2001).

Así que, a modo de conclusión, podemos destacar dos líneas para estudiar la relación entre deporte y cultura. Nos podemos preguntar como el deporte entra en la cultura, deportivizándola. O al revés, al mismo tiempo como la cultura entra en el deporte, transformándolo, en un juego de espejos y retornos. La penetración del deporte en la cultura no se ve de hecho sólo en la valorización cultural del deporte. Toda la cultura actual puede ser leída a través de términos deportivos. Las estructuras deportivas están impregnando diferentes ámbitos y contextos culturales: el deporte produce a nivel social y cultural conceptos e imágenes guía que la sociedad absorbe, deportivizándose. En el deporte con diferentes grados hay gratuidad, con respecto de una elección; combatividad, con respecto de un obstáculo; competición, con respectos de sí mismos y del adversario; lo imprevisible, con respectos de los resultados y riesgos (Viotto 1994). Y ellos se encuentran también en otros ámbitos culturales. Como sugiere Bausinger (2009) la cultura deportiva penetra en el tejido social a través de modelos propios del deporte, o mejor dicho, en la cultura surgen modelos que ya están presentes en el deporte y que van asumiendo características de particular evidencia, en una continua hibridación y compenetración. Para el Autor la deportivización de la cultura se da, por ejemplo, en la amplia difusión de competiciones. Los concursos son parte importante de la actual cultura del entretenimiento, donde los principios de competición clasificación son elementos de éxito (por ejemplo muchos format en la televisión toman prestado estos conceptos propios del deporte, así como el Guinness, donde se busca el récord en los ámbitos más raros).

La deportivización se manifiesta también en el predominio y en la búsqueda del factor lúdico en la vida cotidiana junto a la improvisación. El deporte contiene características distintivas y creativas, que se concretan sobre todo en la capacidad de improvisar, de combinar el real presente y el irreal posible en una estrategia de acción. Estas mismas características la podemos encontrar también en otros ámbitos como el de la música (tanto en el jazz, en el rap o en el trabajo del dj) o el del teatro (conceptualmente el deporte-teatro se apoya a la dimensión deportiva: los temas vienen asignados por el publico y tienen que ser desarrollados libremente en el escenario) (Bausinger 2009).

Además el deporte vive de tensión emotivafalta de sentido y de corporeidad. Se buscan emociones fuertes, hasta el último minuto de cada partido, que se nutren de la incertidumbre del resultado final, así como se esperan siempre nuevas sorpresas y emociones haciendo, por ejemplo, zapping frente a la televisión. En el deporte falta el sentido, porque tiene innata una maravillosa inutilidad (sólo después de su aparición viene clasificado culturalmente como útil para el bienestar físico, social, etc.). Hoy encontramos esta función de "entretenimiento" también en muchos acontecimientos culturales o artísticos, donde – más que en la tradicional transmisión de valores – el valor se radica en su misma expresión, en su capacidad de "entretenimiento" y de "diversión", en su capacidad – como diría Yúdice (2002) – de llegar a ser "recurso" (también económico) para la sociedad. En fin vivimos hoy en la cultura de la "corporeidad", donde el cuerpo es expuesto y puesto en escena (incluso en los seminarios para gerentes no se necesita tanto el traje como la experiencia de corporeidad). Vivimos en una cultura narcisística y hedonística del cuerpo, que llega a ser un autentico objeto de identidad que tiene que ser realizado también (tal vez sobre todo) a través del deporte.
Por otro lado, como ya hemos visto, las pautas culturales de la sociedad entran y dan forma al deporte. Una de las tendencia que hoy no deja indemne ningún proceso cultural es la globalización, que ejerce su fuerza también en nuestro ámbito de interés, trasformando el deporte en elemento mediático, de mercado, de espectáculo. Así que el deporte se transforma en "recurso", dando origen a una inmensa y global industria deportiva, que lo uniforma a nivel mundial. El deporte es ahora una parte más del sistema económico y está cada vez más presente en el mercado del trabajo. El concepto de deporte tradicional cede el paso a un deporte que en tanto producto se consuma como un servicio personal ofrecido en el mercado del tiempo libre. Un producto de consumo significa que tiene que ser beneficioso económicamente, objeto de intereses económicos, comercialmente atractivo y con capacidad para competir en mercados dinámicos. Al ir desarrollándose el deporte como producto de consumo, ha ido adquiriendo estas características, lo que conduce a que sus practicantes y espectadores sean, en realidad, consumidores. Nace así un nuevo perfil de deportista, claramente diferenciado del practicante del deporte tradicional (Trucco 2003) y de espectador, cuya identificación con el equipo o con el atleta pasa por el modelo del star system (que transforma las épicas populares en anécdotas de jet-set con estrellas deportivas efímeras, de la duración de un programa de televisión) y se convierte en consumo socio-estético (Alabarces 2009).
Pero el deporte global refleja también el balance de poder actual entre y dentro naciones y, al presente, es también la incorporación de la elite de poder del deporte con representantes de otros grandes negocios. Esto incluye gurúes mediáticos, personal de marketing y representantes de corporaciones transnacionales (Maguire 2003). Así que, tanto en la formación como en el desarrollo del deporte global surgen cuestiones fundamentales acerca de la lucha de civilizaciones y el poder cultural (se piense, por ejemplo, a los procesos de nacionalización y post-territorialidad de las prácticas deportivas: con la globalización se liberan de los confines del Estado Nación y la más libre circulación de atletas plantea nuevos problemas jurídicos, como ha quedado demostrado en Europa con el polémico "caso Bosman").

A modificar el deporte a nivel social encontramos además otro proceso conexo a la globalización, es decir lamediatización, que transforma cada práctica deportiva en evento y cada evento en una forma-espectáculo (a menudo mezclada a otras formas-espectáculos como la información, el talk-show, la ficción).
El deporte es entonces un ámbito muy presente en lo cotidiano. Es una manifestación única, capaz de conformarse como un universo cultural de dimensión planetaria susceptible de atravesar barreras idiomáticas, políticas y religiosas e instaurarse en las costumbres de millones de seres: «el deporte se instituye en nuestras sociedades (en el mundo) como práctica privilegiada de lo elementalmente humano, lugar donde la diferencia desaparece, el mundo se reconcilia y el conflicto cede para permitir gritar los goles de Salas, Ronaldo o Batistuta» (Alabarces 2003:17). Tiene la potencialidad de ser elemento de unión social a través de valores como la igualdad, la solidaridad, la lealtad, que – aunque no sean universales – pueden lograr a hacer comunicar en manera recíproca las culturas. En un contexto donde las cuestiones identitarias, multiculturales, de integración, de género, etc. son cada vez más urgentes, el deporte, en su connotación más límpida, puede dar esperanza de recomposición a una sociedad post-moderna híbrida, fragmentada y "líquida". Se trata de un fenómeno con un gran impacto social, que genera hondas pasiones, reconstruye identidades colectivas y despierta profundos sentimientos de pertenencia. El espacio deportivo se ha convertido en un lugar de reunión donde se re-liga la sociedad y se materializa la comunitas, es decir un espacio ritual, según la definición de Turner (1988), que hace posible obviar las diferencias estructurales entre los individuos y que propicia la comunión entre quienes usualmente se encuentran separados estructuralmente por diferencias de rol y estatus (Sánchez 2003a).
Por lo tanto el deporte puede ser tratado como provincia de significado (así como la define Schutz) suficientemente autónoma y integrada con la vida social para imponerse como objeto de estudio cultural que explica emociones, representaciones y pone en marcha dinámicas de juego profundo. Es un importante elemento para comprender procesos societarios, de ritualización y de simbolización, porque tiene una función simplificadora del mundo, que al reflejar en cierta medida los valores de la sociedad y de la cultura, al mismo tiempo contribuye activamente a su modificación. «Es un recoge-mitos» – escribe Porciello (1995b:305) – «un cuerpo simbólico del cual la sociedad hace uso para contar sus esperanzas, sus fantasmas, sus miedos. Examinarlo según su forma más clásica o más insólita tendría que poder informarnos sobre la cultura que lo produce y le confiere sentido». En definitiva su estudio puede colaborar en dar respuestas a demandas sociales que aún no han sido satisfechas desde ámbitos como el técnico, el científico o el mediático. La esperanza es que las ciencias sociales no se dejen escapar esta posibilidad.

ANEXO
El deporte en las ciencias sociales en América Latina
Los estudios sociales e históricos sobre el deporte se originaron en Gran Bretaña, donde autores como Elías y Dunning (1992) y Hobsbawm (1991) comenzaron a indagar en el surgimiento del deporte moderno. En el mismo contexto donde nace el deporte, nace así también el interés por estudiar – más allá del reconocido carácter lúdico – las funciones sociales latentes que se asignan, en cada momento y lugar específicos, a las diversas prácticas que comprenden ese campo.
En Latinoamérica los estudios sobre el deporte han desarrollado una tendencia que privilegia el proceso de formación de identidades socioculturales en el marco de los espectáculos futbolísticos como objeto de investigación (Villena Fiengo 2003a). Esta inclinación por la articulación de temas culturales con temas políticos tiene su fundación en los trabajos de Roberto Da Matta, que se dedica a analizar de qué modo el estilo de fútbol brasilero expresa la identidad de su pueblo (Da Matta et al 1982) y de Eduardo Archetti, que observa la construcción de identidades masculinas en hinchadas argentinas (1985). Posteriormente este antropólogo ampliará su fecunda producción hacia el estudio de la formación de un imaginario nacionalista en los discursos del periodismo deportivo (2001, 2003).
Luego de un prologado paréntesis, a final de los noventa vuelve a aparecer el interés de las ciencias sociales por abordar al deporte, a partir de los trabajos encabezados en Argentina por Pablo Alabarces, que plantean al fútbol como un ritual en el que se desarrollan y se construyen las identidades socioculturales contemporáneas (1998; Alabarces et al 1998; Alabarces y Rodríguez 1996). En esta época la aceleración de los  procesos sociales de comercialización, transnacionalización e hipermediatización convierte el deporte en nuevo objeto de estudio también de otros investigadores del continente. Pero los esfuerzos son todavía individuales (Santa Cruz 1995; Panfichi 1997; Guedes 1998; AA. VV. 1998a).
La definitiva habilitación de legitimidad académica del deporte se alcanza gracias a la actividad del Grupo de Trabajo sobre "Deporte y sociedad" en el seno del CLACSO que, desde su primera reunión internacional en Bolivia en 1999, establece un marco institucional que facilita la creación de vínculos entre investigadores que de manera aislada venían realizando trabajos puntuales sobre esas temáticas. En este nuevo  contexto se consolidan dos líneas de investigación (Villena Fiengo 2003a). La primera se vincula a las identidades de rol que se expresan a través de la "subcultura" de los hinchas y se centra particularmente en el comportamiento simbólico y los códigos morales de conducta. La segunda se focaliza en el proceso de construcción, a través del espectáculo deportivo, de las identidades de pertenencia, es decir identidades territoriales (regionales, locales, (post)nacionales, genéricas, generacionales, de clase, etc.).
Se encuentran además observaciones sobre otros deportes (AA. VV. 1998b; Lovisolo, Lacerda 2000), así como no faltan aportes en otras áreas de investigación, como la del género (Lovisolo, Helal 2009; Binello et al 2000), de la globalización y post-modernidad (Rodríguez 2003; Santa Cruz 2003; Helal 2003; Villena Fiengo 2003b; Cajueiro Santos 2000) o de la comunicación (Martínez et al. 2009; Helal et al 2009; Salerno 2005; AAVV 1999), aunque la mayoría de todos los trabajos sigan recorriendo como eje central el tema de la identidad.
En definitiva, la perspectiva latinoamericana tiende a considerar el deporte (que según una clásica naturalización suele igualarse en todo el continente al fútbol), como un escenario secular privilegiado desde el cual «preguntarnos y buscar respuestas a la más fundamental de las preguntas:¿quiénes somos?» (Villena Fiengo 2003a:28). La constante preocupación en América Latina por la construcción de identidades nacionales (Ortiz 1991) se manifiesta también en este campo de investigación, en el cual se puede señalar casi una "tradición teórica" a «considerar al fútbol como un ritual comunitario, como un drama social y/o como una arena pública, como un espacio comunicativo denso en el cual se entrecruzan múltiples discursos verbales, gestuales e instrumentales (gráficos, sonoros, etc.), a través de los cuales los diversos actores participantes en el drama, como son los jugadores, entrenadores, dirigentes, periodistas, hinchas y detractores, expresan apasionadamente sus conceptos y valores no sólo sobre el juego, sino también sobre su vida, anhelos, frustraciones y esperanzas» (Villena Fiengo 2003a:28). Tal vez, parafraseando a Geertz, se podría decir que los estudios latinoamericanos, privilegiando metodologías cualitativas y interpretativas, muestran una inclinación por abordar el deporte (y centralmente el fútbol) bajo el modelo del juego profundo que se constituye en un comentario dramático sobre la vida, en sus dimensiones emocionales, morales e intelectuales (Villena Fiengo 2003a; Alabarces 1998, 2003).
Notas
[1] Según el estudio de los hábitos de actividad física y deportiva (Encuesta Secretaría de Deporte y Recreación - INDEC) el deporte interesa la mitad de la población argentina. Los niveles de práctica deportiva alcanzados en el País oscilan entre el 40,6 % y el 53,6 % (Erdociaín, Solís, Isa 2001).
[2] El deporte ha sido por largo tiempo casi ignorado por las ciencias sociales: en América Latina su estrecha relación con populismo y dictaduras no ha favorecido su legitimación académica hasta mediado de los noventa (Alabarces 2003) y en otros Países una suerte de esnobismo intelectual lo ha siempre colocado sobre la vertiente negativa de la dicotomía trabajo/tiempo libre (Balbo 2001). Sin embargo, si hace unos pocos años todos los textos dedicados al análisis del deporte en América Latina debían comenzar con la frase "poco o nada se ha estudiado sobre el tema en nuestro continente", ahora el argumento de ausencia ya no es válido (Alabarces 2010). Desde los pioneros trabajos de Roberto Da Matta (1982) y de Eduardo Archetti (1985), la reflexión latinoamericana sobre el deporte se expandió y muestra ahora cierta solidez. Una síntesis sobre el estado del arte se encuentra en el anexo de este trabajo.
Por lo que concierne estudios publicados en otros Países, clásicos son los trabajos de Caillois (1981), Huizinga (1973), Vinnai (1970), Brhom (1982), Augé (1982), Bourdieu (1983), Elias y Dunning (1992), Bromberger (1995), que han abierto el camino a una rica y variada producción sobre el tema. Para un cuadro general y exhaustivo véanse, por ejemplo,  Porro (2001) y Russo (2004).
[3] Los abordajes de estudio del deporte son esencialmente cuatro: la teoría neo-sistémica, la teoría sociológica de la acción, la perspectiva fenomenológica y la etnometodológica (Sanguanini 2004). Así como el debate fundamental en la teoría social alrededor de la capacidad del deporte de reproducir los valores de la sociedad se articula en dos abordajes principales: por un lado la óptica funcionalista evidencia, por encima de todo, las ventajas integradoras del deporte y por el otro lado los posicionamientos críticos de la teoría del conflicto analizan el deporte como un aparato ideológico legitimador del orden establecido. Todas las perspectivas, sin embargo, establecen la profunda interrelación entre deporte y sociedad (sobre todo moderna) y le conceden el papel de mecanismo socializador e integrador.
[4] Con el término performance entendemos una «dialéctica de "flujo", es decir, un movimiento espontáneo en el que acción y conciencia son uno, y "reflexividad", donde los significados, valores y objetivos centrales de una cultura se ven "en acción", mientras dan forma y explican la conducta. Una performance afirma nuestra humanidad compartida, pero también declara el carácter único de las culturas particulares» (Schechner 2000:39).
[5] Entendemos la cultura así como la define Geertz (1988), como puro sistema simbólico, que tiene que ser analizado como un texto. La cultura es el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o grupo social en un periodo determinado. El término "cultura" engloba además modos de vida, ceremonias, arte, invenciones, tecnología, sistemas de valores, derechos fundamentales del ser humano, tradiciones y creencias. A través de la cultura se expresa el hombre, toma conciencia de sí mismo, cuestiona sus realizaciones, busca nuevos significados y crea obras que le trascienden.
[6] Desde un fenómeno social el deporte se ha convertido hoy en la sociedad occidental en una necesidad social (Fumagalli, Bertinato 2005). El panorama deportivo sigue modificándose y expandiéndose rápidamente, tanto que se siente la necesidad de un "deporte para todos", es decir, casi un "derecho" al deporte (Declaración de Barcelona, Filippi 2005).
[7] Véanse la identificación de Argentina con el fútbol o el polo (Archetti 2001), de Brasil con el fútbol (Guedes 2009), de EE. UU. con el béisbol, el básquet o el fútbol americano o de Pakistán con el cricket (Medina 2002).
[8] Véanse Bromberger (1995) donde analiza diferentes estilos futbolístico en Italia y Francia; Archetti (2005) que identifica una contraposición, en el fútbol de inicio '900, entre estilo "criollo" y  "británico"; Guedes  (2009) y Alabarces (2009) que estudian las diferencias entre el fútbol brasileño y argentino.
[9] Antropólogos como Bromberger (1999) o Augé (1999) ha tratado el espectáculo deportivo como un ritual característico de las sociedades modernas y democráticas sujeto a interpretaciones y estilos diferenciados.
[10] La relación entre deporte e identidades socioculturales (sobre todo nacionales) es una constante en los estudios latinoamericanos, que ponen al centro de sus investigaciones la fuerza simbólica y representativa del fútbol. Para profundizar, véase el Anexo.
[11] Siguiendo Weber podríamos decir que el proceso de modernización de las sociedades occidentales se desarrolla en dos direcciones. Una, nos dirige a un proceso de racionalización/secularización que participa de una lógica creciente de diferenciación y autonomización de los subsistemas sociales y de sus criterios de validez. Otra, conduce a un proceso de individualización que lleva a una mayor emancipación/autonomización del individuo. «La modernidad pluraliza instituciones y estilos de vida, cosmovisiones y estructuras de plausibilidad» (Beriain 1990:103).
[12] «Participar como jugador y/o espectador en algunos deportes ha llegado a convertirse en [ ... ] una de la principales fuente de sentido en la vida de numerosas personas» (Elias y Dunning 1992:267).
[13] El control del tiempo ha sido una dimensión clave del deporte moderno. Dicho control está presente en toda la vida moderna: el taylorismo como modo científico y cronometrado de dominar a la fuerza laboral en la fábrica o la asistencia a espectáculos deportivos que sólo aparece cuando aparece el tiempo de ocio como tiempo liberado de trabajo (Díaz 2003).
[14] Un trabajo más temprano de Rojek (1995) asume el mismo acercamiento pero identifica cuatro características de la práctica deportiva moderna: privatización, individualización, comercialización y pacificación.
[15] Se entiende la modernización en la dirección de la sociedad occidental (véase, para profundizar el tema de la relación deporte/modernización, Digel 1995).
[16] El deporte moderno – en cualquiera de los múltiples significados – tuvo su origen en Inglaterra, a partir del siglo XVIII, mediante un proceso de transformación de juegos y pasatiempos tradicionales iniciado por las elites sociales (Velásquez Buendía 2001).
[17] Se señala la importancia de los programas de desarrollo del deporte en sociedades tercermundistas como elemento para dinamizar hasta las estructuras económicas, bajo la noción de que como el deporte es un fenómeno de la modernidad, promover el deporte significa promover la modernización y la calidad de vida de la sociedad (Bausinger 2009; Sánchez 2003a). Otros programas utilizan el deporte para solucionar problemas de exclusión social (por ejemplo de inmigrantes en Europa) (Mosquera Gonzáles et al 2003). Sin embargo, según un posicionamiento crítico el deporte constituye la reproducción de los valores de la sociedad capitalista funcionando como una superestructura ideológica positiva (es la institución del reino del positivismo), neutra (nunca llega a cuestionar el orden establecido), integradora (es un modo de comportamiento, un modelo social ideológicamente valorizado) y ritual (se ha convertido en el ámbito del la mitología profana auspiciado por los mass-media, objeto de un gran consumo que hace que éste sea vivido como cultura cotidiana) (Brhom 1982).
[18] Arquetípico es el caso de Maradona, que significó durante casi veinte años (entre 1978 y 1994) la posibilidad de que un deportista exasperadamente plebeyo condensara los significados nacionales argentinos exitosamente, en el mismo momento en que su País se debatía entre dictaduras sangrientas, guerras perdidas, crisis económicas y neoconservadorismos radicalmente excluyentes (Alabarces 2009).
[19] El deporte moderno surgió en el ámbito de la esfera privada e inició su crecimiento y difusión en el seno del Estado liberal, a través de organizaciones civiles tales como clubes, federaciones, asociaciones que dispusieron de autonomía para configurar, organizar, reglamentar y sancionar la práctica deportiva. La aceptación, expansión y capacidad de movilización de masas que junto con el proceso de industrialización fue adquiriendo lo convirtió en un fenómeno socio-cultural y económico que el Estado no podía ignorar, en virtud de las posibilidades que ofrecía para satisfacer determinado tipo de intereses políticos. Con la aparición del Estado contemporáneo – o Estado social, Estado de bienestar – los poderes públicos dejan de ser ajenos a los procesos e intereses sociales, surgiendo una política decididamente intervencionista y reguladora en el terreno deportivo como consecuencia de la nueva orientación social de la política. Así, el deporte pasa a ser considerado políticamente como un servicio social que el Estado debe proporcionar a los ciudadanos para su beneficio y bienestar personal. Este móvil ha terminado por convertir a los equipos deportivos en delegaciones nacionales, representantes directos del honor y del prestigio nacional, y a sus éxitos en servicios al Estado, en motivos de orgullo nacionalista y en medios de incrementar el sentido patriótico de la población. Además la intervención del Estado en el terreno deportivo puede ser leída como finalidad de despolitización, que utiliza el deporte como medio de distraer a la opinión pública de los problemas políticos (posiciones éstas desde donde es lícito inferir que debajo de la retórica oficial y privada sobre el deporte subyacen intereses políticos, económicos e ideológicos que han sido los que orientaron los discursos y las decisiones de los poderes públicos y de las empresas privadas en el terreno deportivo) (Bausinger 2009; Velázquez Buendía 2001).
[20] Archetti (2003) habla del fútbol, del polo y del tango por lo que concierne Argentina. Otro ejemplo es lo de Brasil: según Guedes (2009) el fútbol, la capoeira y la samba son unos de los vehículos máximos de construcción identitaria nacional.
[21] Las imágenes se convierten más reales que lo real. Se pierde el origen de la copia "simulacra" (Baudrillard 1983). El mundo resulta hecho de copias, simulaciones y representaciones donde no hay originales y se disuelve la distinción entre realidad y ficción.
[22] Uno de los valores olímpicos que se descartó fue el amateurismo en los ochenta. La profesionalización de la competición no puede más ser sostenida por el Estado, que cede poder al mercado. Las sociedades comerciales andan constituyendo las federaciones. En los noventa se rompe el mito de la pureza biológica de la competición, con el reconocimiento explícito del dopaje entre los atletas. Y un tercer mito destronado es el del fair play de la organización olímpica que se desveló en los juegos de Atalanta 1996. Esta corrupción denunciada en el seno del COI forma parte de la demistificazión social de las Olimpiadas (Díaz 2003).
[23] Como parte del sistema económico también el mundo deportivo se "flexibiliza": hay más flexibilidad organizativa, del producto deportivo, de la gama deportivas (Díaz 2003).
[24] Para Maffessoli (1990) el neo-tribalismo que se da en los espectáculos es parte de los procesos de masificación de la post-modernidad, que nos transforman en una cifra o en un mero espectador. El Autor insiste de hecho que no se confunda la presencia de estas uniones intensas con la posibilidad de dar origen a nuevas bases y principios de solidariedad.
[25] Cabe destacar las múltiples significaciones que el término "deportivo" ha ido adquiriendo. "Deportivo" puede referirse a una actitud de lealtad no sólo en las prácticas deportivas: es un valor reconocido también en ámbitos de la comunicación y de los conflictos y no está necesariamente relacionado al deporte. Además "deportivo" puede referirse a una persona "super-entrenada", así como, en fin, sporty, en inglés, caracteriza un modo particular de presentarse y de una estilización física (Bausinger 2009).
[26] Véase Sánchez (2003a).
[27] «Asistimos a una suerte d deportivización de la agenda cotidiana (que en la mayoría de los casos se naturaliza comofutbolización), según la cual todo debe ser discutido en términos deportivos. Como dicen Armstrong y Giulianotti, a partir de la experiencia italiana de Berlusconi, asistimos a un "doble proceso de politización del fútbol y futbolización de la política" (Armstrong y Giulianotti 1997:16), enunciado que puede incluso hoy reconvertirse en la "despolitización del fútbol y la futbolización de la política"» (Alabarces 2000:16-17).
[28] Hay unas tendencias globales relacionadas a la creación de una "cultura deportiva universal". En primer lugar con la avanzadilla de la conciencia ecológica se expande el "eco-deporte", relacionado a un "eco-turismo" y un "eco-marketing" (Trucco 2003). En segundo lugar en la emergente cultura física se quiere armonizar espíritu y cuerpo, de acuerdo a una unificación de la experiencia corpórea occidental a la oriental. Lo "exótico" (que para otras culturas es nada más que algo local) da color y nuevo plusvalor al tradicional deporte occidental. La expresión corpórea de una cultura no es entonces "sólo" la interpretación filosófico-religiosa y la representación de la estructura social, sino también se transforma en una práctica híbrida y menor afuera de la cultura de origen (Bausinger 2009). Al mismo tiempo, en la difusión de un deporte global hay, al contrario, también una reivindicación de lo local. Ya Simmel aseguraba que en periodos de fragmentación e inseguridad económica la gente se refugia en los valores seguros, tradicionales y sólidos. De ahí la vuelta a ciertos nacionalismos como fórmula para contrarrestar la homogeneidad globalizante (el notorio proceso de glocalización introducido por Bauman), que proponen también recuperar antiguos deportes rurales y casi perdidos para encontrar identidades propias que les definan antes el Estado en el que se integran.
[29] Villena Fiengo (2003a) pone en guardia de no caer, en el análisis, en un romanticismo ingenuo, sino más bien de considerar estos "sentimientos comunitarios" con distancia y hasta con ironía, porque los mismos pueden también producir efectos de reforzamiento de las diferencias estructurales, mediante el conjuro catártico de las fuerzas disgregantes, a la manera de otras celebraciones festivas, como, por ejemplos, los carnavales.

Lida Peña Carlos Braga Engiel Uribe
Claudia Gomez Cristian Oliveira Katherine Bernal
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