Como cualquier otro aspecto de la cultura humana, la actividad
físico-deportiva se inscribe dentro de los sistemas socioculturales desde los
cuales se definen las características que la conforman y, asimismo, dentro de
sociedades especificas. El deporte, definido por Augé (1982:16) «hecho social
total» en palabras de Mauss, refleja las tendencias sociales del momento
histórico en cual se enmarca, configurándose y funcionando como un sistema
social completo: es un fenómeno tan relevante a nivel social que contiene
elementos característicos de la sociedad en sí misma y pone en movimiento la
totalidad de las instituciones de la sociedad. Supone de hecho una fuerte
heterogeneidad de aspectos incluso contradictorios: juego y espectáculo;
negocio y pasatiempo; pasión y burocracia; fair
play y violencia; normatividad
y loisir; diversión y
fatiga, disciplina; procesos de socialización y de selección, diferenciación.
El deporte es uno de los fenómenos más amplios y difundidos en
nuestra época; uno de los sucesos de nuestro tiempo, hecho individual y social
de grande intensidad, así como una forma hoy muy popular de utilización del
tiempo de ocio (Seoane 2003). Su
expansión puede ser considerada una de las primeras manifestaciones de la
mundialización, con respecto del incremento del número de participantes, de los
intereses mediáticos y de las inversiones económicas (Hobsbawm 1991).
Padiglione (1996) propone algunos argumentos que justifican el éxito del deporte
cuando habla de su capacidad simbólica de representar la tensión entre la
unidad y lo múltiple, el orden y el caos, la interpretación compartida y el
rumor polisémico: capacidad que puede ser completada con un cierto potencial de
canalización del sentido del mundo. Cagigal (1975), en cambio, centra en el
carácter competitivo concretado en la espectacularidad. El deporte es un
concepto sui generis,
dotado de una irresistible capacidad de penetración cultural y dilatación
social con diferentes comportamientos, valores, marcos expresivos y cognitivos.
El deporte entra de hecho con fuerza tanto en la dimensión social macro como en
la micro.
Desde una dimensión macro podemos analizar las prácticas
físico-deportivas como sistema de relaciones, con respecto a sus propias
estructuras de juego: el reglamento, las técnicas o modelos de ejecución, el
espacio de juego y socio motor, el tiempo deportivo, la comunicación motriz y
las estrategias motrices (Hernández 1994). Veremos así como los universales del
deporte pueden adquirir contenidos práxicos muy variables que acojan, según los
grupos sociales y sus culturas de referencias, prácticas diferentes o, incluso,
divergentes (Parlebas 1988). Así el sistema deportivo es en sí mismo complejo
ya que debe ajustarse a los diferentes colectivos y grupos sociales que las
conforman de acuerdos a sus valores y culturas. En efecto, diferentes
colectivos o estados sociales pueden dotarse de deportes diferenciados que les
permitan reconstruir y expresar su identidad colectiva. También sucede que la
misma práctica deportiva sea interpretada de forma diferenciada como mecanismo
de distinción e identidad colectiva de acuerdo a un determinado estilo de vida.
En este sentido son muy destacables las aportaciones de Porciello
(1991, 1995a, 1999) que aplica en el sistema deportivo el marco conceptual de
Bourdieu sobre los campos de lo social, el habitus como principio no elegido de todas las
elecciones y la dinámica de reproducción de las prácticas sociales basadas en
el criterio de la distinción. De tal forma que estructuras diferenciadas de
percepción, concepción y acción interpretan, expresan y configuran tanto los
aspectos cognitivos eidos)
como los aspectos emocionalesethos) de los diferentes grupos sociales.
Sin embargo, el deporte, aunque haya seguido un proceso de desarrollo que lo ha
hecho un "campo" en el sentido de Bourdieu (1983), un ámbito
socialmente delimitado, autónomo y dotado de fuertes estructuras de sentido y
significado, es un complejo de actividades con implicaciones sociales cuyos
significados abrazan ámbitos diferentes de lo estrictamente referencial: el
deporte puede ser leído no sólo como un hecho lúdico-agonístico estructurado,
sino también como un hecho cultural, económico, jurídico, político, científico
con fuertes influencias en lo social.
Desde una dimensión social micro el deporte tiene muchas implicaciones
a nivel individual. En la práctica deportiva el actor tiene que buscar un
equilibrio entre los que Callois (1981) define como ludus y paidia,
entre las necesidades del individuo por un lado de compartir un sistema de
reglas formalizadas y por otro de autoafirmarse. El proceso favorece la gestión
de los impulsos contrarios, entre una aptitud de socialización y una de
individualización y favorece la construcción de la personalidad, que se
desarrolla a través de una dimensión corpórea, emotiva, psicológica en un marco
situacional estructurado y reglamentado a nivel social.
Sin embargo, es notorio que las dimensiones macro y micro no
representan dos ámbitos distintos del vivir social e individual, sino presentan
amplios espacios de interpenetración. Como en cada realidad pública está
presente una dimensión subjetiva, en cada realidad íntima están presentes
aspectos sociales (Dubar 2004). Por lo tanto hay que profundizar más el tema.
Hay que considerar el sistema deportivo en general desde una dimensión
interpretativa. A este respecto la definición que ofrece Turner (1988) según la
cual los grupos ordenan tanto los aspectos sensoriales como los ideológicos
mediante la práctica ritual (en este caso deportiva), debe complementarse con
un marco teórico que otorgue mayores posibilidades de lectura, interpretación e
instrumentalización por parte de los actores sociales. En este sentido la
apuesta de Geertz (1988:189) por concebir el ritual como juego profundo es enriquecedora. Desde su
planteamiento, los símbolos cognitivos y expresivos son «fuentes intrínsecas de
información en virtud de las cuales puede estructurarse la vida humana, son
mecanismos extrapersonales para percibir, comprender, juzgar y manipular el
mundo». La conceptualización del juego profundo nos permite leer las prácticas
culturales como representaciones, donde las metáforas dominantes son la del
teatro y la del juego (Alabarces 2000) y tratar el fenómeno deportivo
como un texto, cuya principal función va a ser siempre interpretativa. Sin duda
el sistema deportivo es una fuente importante de socialización y formación de
identidad (Medina 1996) y lo es, sobre todo, porque permite una lectura y una
interpretación contextualizada de los referentes básicos y de las
contradicciones axiomáticas de la sociedad (Sánchez 2003a).
Desde este posicionamiento el sistema deportivo puede ser tratado
e interpretado desde otras perspectivas. En un contexto de personalización, el deporte
permite celebrar el mérito, el rendimiento y la competitividad entre iguales.
Pone de relieve la incertidumbre y el carácter cambiante de la condición
individual y colectiva, presentando al mismo tiempo un cuadro de vida más
complejo y contradictorio del que podrían hacer pensar la creencia en unos
valores claros y definidos del sistema deportivo: frente al trabajo
sistemático, la fuerza del azar; frente a la justicia y la equidad, la
injusticia de la suerte o la trampa que señala los limites, siempre
imperfectos, de los códigos de justicia (Bromberger 2000).
Por otro lado, se puede dar también una interpretación contextualizada del juego deportivo como juego
profundo, permitiendo establecer el debate sobre las relaciones entre el
individuo y la colectividad. Así obliga a reflexionar sobre la piedra angular
de la teoría social desde un lenguaje simbólico generalizado que rebasa el
ámbito especializado del experto. De hecho la configuración simbólica del
sistema deportivo es eficaz para pensar los conflictos estructurales básicos de
la sociedad, ya que teatraliza la contradicción democrática esencial, que
enmarca diferentes tensiones: entre principios igualitarios y prácticas
jerárquicas, entre comunidad e individuo, entre lo impersonal y lo personal
(Sánchez 2003a). Además, sintetiza los valores más sobresalientes de la cultura
occidental: ofrece al grupo a celebrarse a sí mismo y permite múltiples
interpretaciones debido a su estructura abierta y su carácter polisémico. Por
eso no deben extrañarnos su instrumentalización por diferentes grupos sociales
y las luchas de poder que se producen en torno y dentro de él. El deporte se
puede configurar también como campo de luchas, arena política que más que
anular los conflictos sociales reales los recoge y amplifica.
De todas formas el deporte – fenómeno tan universal y versátil a
la vez – nos habla de la sociedad y de la cultura y su estudio nos permite
entender algunos aspectos importantes de la condición humana. Muy claramente
argumenta Alabarces:
el deporte puede ser visto como cultura: porque recorre
formaciones donde se articulan sentidos sociales, en distintos soportes,
interpelando una diversidad de sujetos; de manera plural, polisémica, hasta
contradictoria. Porque [ ... ] el deporte puede ser leído, en su
multidimensionalidad, como uno de los escenarios privilegiados para atisbar las
representaciones que una sociedad hace de sí para sí misma, para interpretar –
en el sentido denso que propone Geertz – el complejo
cúmulo de negociaciones de estatus y jerarquías que el universo deportivo
espectaculariza, para comprender las razones que otorgan fuerza simbólica a su
repertorio identificatorio, para buscar –de manera sesgada, oblicua, utópica–
las formas en que ese mismo escenario permite no sólo la puesta en escena de lo que se es; también la
simulación de lo que se quiere
ser/hacer. De manera privilegiada, por su centralidad metafórica, su
convocatoria renovada, su persistencia identificatoria (Alabarces 1998:6-7).
El hecho de establecer correspondencias entre deporte y sociedad
puede ayudar a explicar su importante valor simbólico en la pluralidad de
constelaciones de sentido de modernidad y post-modernidad. En efecto, el
proceso de diferenciación y complejidad de organización de las sociedades
empezadas con la modernidad hace que el hombre se encuentre a sí mismo
confrontado no sólo con múltiples opciones de cursos de acción, sino también
con múltiples opciones de posibles maneras de pensar el mundo. Como destaca
Bell (1989), el problema principal de la sociedad contemporánea es de
inteligibilidad. Los individuos que deben moverse entre las diferentes esferas
de lo social reciben mensajes divergentes y contradictorios que complejizan el
mundo de la vida y generan crisis de sentido al no poder construir una visión
coherente y totalizadora de los sistemas de sentido y significado (Delgado
1992). Es aquí cuando se desvela el papel del rito deportivo y de su magia, ya
que éste se convierte en un sistema de referencia donde el individuo armoniza
los datos y experiencias a los que parecía haber abandonado el sentido y se
constituye como una de las principales fuentes de sentido de nuestra sociedad.
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