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lunes, 22 de abril de 2013

Deporte, cultura, sociedad



Como cualquier otro aspecto de la cultura humana, la actividad físico-deportiva se inscribe dentro de los sistemas socioculturales desde los cuales se definen las características que la conforman y, asimismo, dentro de sociedades especificas. El deporte, definido por Augé (1982:16) «hecho social total» en palabras de Mauss, refleja las tendencias sociales del momento histórico en cual se enmarca, configurándose y funcionando como un sistema social completo: es un fenómeno tan relevante a nivel social que contiene elementos característicos de la sociedad en sí misma y pone en movimiento la totalidad de las instituciones de la sociedad. Supone de hecho una fuerte heterogeneidad de aspectos incluso contradictorios: juego y espectáculo; negocio y pasatiempo; pasión y burocracia; fair play y violencia; normatividad y loisir; diversión y fatiga, disciplina; procesos de socialización y de selección, diferenciación.
El deporte es uno de los fenómenos más amplios y difundidos en nuestra época; uno de los sucesos de nuestro tiempo, hecho individual y social de grande intensidad, así como una forma hoy muy popular de utilización del tiempo de ocio (Seoane 2003). Su expansión puede ser considerada una de las primeras manifestaciones de la mundialización, con respecto del incremento del número de participantes, de los intereses mediáticos y de las inversiones económicas (Hobsbawm 1991). Padiglione (1996) propone algunos argumentos que justifican el éxito del deporte cuando habla de su capacidad simbólica de representar la tensión entre la unidad y lo múltiple, el orden y el caos, la interpretación compartida y el rumor polisémico: capacidad que puede ser completada con un cierto potencial de canalización del sentido del mundo. Cagigal (1975), en cambio, centra en el carácter competitivo concretado en la espectacularidad. El deporte es un concepto sui generis, dotado de una irresistible capacidad de penetración cultural y dilatación social con diferentes comportamientos, valores, marcos expresivos y cognitivos. El deporte entra de hecho con fuerza tanto en la dimensión social macro como en la micro.
Desde una dimensión macro podemos analizar las prácticas físico-deportivas como sistema de relaciones, con respecto a sus propias estructuras de juego: el reglamento, las técnicas o modelos de ejecución, el espacio de juego y socio motor, el tiempo deportivo, la comunicación motriz y las estrategias motrices (Hernández 1994). Veremos así como los universales del deporte pueden adquirir contenidos práxicos muy variables que acojan, según los grupos sociales y sus culturas de referencias, prácticas diferentes o, incluso, divergentes (Parlebas 1988). Así el sistema deportivo es en sí mismo complejo ya que debe ajustarse a los diferentes colectivos y grupos sociales que las conforman de acuerdos a sus valores y culturas. En efecto, diferentes colectivos o estados sociales pueden dotarse de deportes diferenciados que les permitan reconstruir y expresar su identidad colectiva. También sucede que la misma práctica deportiva sea interpretada de forma diferenciada como mecanismo de distinción e identidad colectiva de acuerdo a un determinado estilo de vida.
En este sentido son muy destacables las aportaciones de Porciello (1991, 1995a, 1999) que aplica en el sistema deportivo el marco conceptual de Bourdieu sobre los campos de lo social, el habitus como principio no elegido de todas las elecciones y la dinámica de reproducción de las prácticas sociales basadas en el criterio de la distinción. De tal forma que estructuras diferenciadas de percepción, concepción y acción interpretan, expresan y configuran tanto los aspectos cognitivos eidos) como los aspectos emocionalesethos) de los diferentes grupos sociales. Sin embargo, el deporte, aunque haya seguido un proceso de desarrollo que lo ha hecho un "campo" en el sentido de Bourdieu (1983), un ámbito socialmente delimitado, autónomo y dotado de fuertes estructuras de sentido y significado, es un complejo de actividades con implicaciones sociales cuyos significados abrazan ámbitos diferentes de lo estrictamente referencial: el deporte puede ser leído no sólo como un hecho lúdico-agonístico estructurado, sino también como un hecho cultural, económico, jurídico, político, científico con fuertes influencias en lo social.
Desde una dimensión social micro el deporte tiene muchas implicaciones a nivel individual. En la práctica deportiva el actor tiene que buscar un equilibrio entre los que Callois (1981) define como ludus y paidia, entre las necesidades del individuo por un lado de compartir un sistema de reglas formalizadas y por otro de autoafirmarse. El proceso favorece la gestión de los impulsos contrarios, entre una aptitud de socialización y una de individualización y favorece la construcción de la personalidad, que se desarrolla a través de una dimensión corpórea, emotiva, psicológica en un marco situacional  estructurado y reglamentado a nivel social.
Sin embargo, es notorio que las dimensiones macro y micro no representan dos ámbitos distintos del vivir social e individual, sino presentan amplios espacios de interpenetración. Como en cada realidad pública está presente una dimensión subjetiva, en cada realidad íntima están presentes aspectos sociales (Dubar 2004). Por lo tanto hay que profundizar más el tema. Hay que considerar el sistema deportivo en general desde una dimensión interpretativa. A este respecto la definición que ofrece Turner (1988) según la cual los grupos ordenan tanto los aspectos sensoriales como los ideológicos mediante la práctica ritual (en este caso deportiva), debe complementarse con un marco teórico que otorgue mayores posibilidades de lectura, interpretación e instrumentalización por parte de los actores sociales. En este sentido la apuesta de Geertz (1988:189) por concebir el ritual como juego profundo es enriquecedora. Desde su planteamiento, los símbolos cognitivos y expresivos son «fuentes intrínsecas de información en virtud de las cuales puede estructurarse la vida humana, son mecanismos extrapersonales para percibir, comprender, juzgar y manipular el mundo». La conceptualización del juego profundo nos permite leer las prácticas culturales como representaciones, donde las metáforas dominantes son la del teatro y la del juego (Alabarces 2000) y tratar  el fenómeno deportivo como un texto, cuya principal función va a ser siempre interpretativa. Sin duda el sistema deportivo es una fuente importante de socialización y formación de identidad (Medina 1996) y lo es, sobre todo, porque permite una lectura y una interpretación contextualizada de los referentes básicos y de las contradicciones axiomáticas de la sociedad (Sánchez 2003a).
Desde este posicionamiento el sistema deportivo puede ser tratado e interpretado desde otras perspectivas. En un contexto de personalización, el deporte permite celebrar el mérito, el rendimiento y la competitividad entre iguales. Pone de relieve la incertidumbre y el carácter cambiante de la condición individual y colectiva, presentando al mismo tiempo un cuadro de vida más complejo y contradictorio del que podrían hacer pensar la creencia en unos valores claros y definidos del sistema deportivo: frente al trabajo sistemático, la fuerza del azar; frente a la justicia y la equidad, la injusticia de la suerte o la trampa que señala los limites, siempre imperfectos, de los códigos de justicia (Bromberger 2000).
Por otro lado, se puede dar también una interpretación contextualizada del juego deportivo como juego profundo, permitiendo establecer el debate sobre las relaciones entre el individuo y la colectividad. Así obliga a reflexionar sobre la piedra angular de la teoría social desde un lenguaje simbólico generalizado que rebasa el ámbito especializado del experto. De hecho la configuración simbólica del sistema deportivo es eficaz para pensar los conflictos estructurales básicos de la sociedad, ya que teatraliza la contradicción democrática esencial, que enmarca diferentes tensiones: entre principios igualitarios y prácticas jerárquicas, entre comunidad e individuo, entre lo impersonal y lo personal (Sánchez 2003a). Además, sintetiza los valores más sobresalientes de la cultura occidental: ofrece al grupo a celebrarse a sí mismo y permite múltiples interpretaciones debido a su estructura abierta y su carácter polisémico. Por eso no deben extrañarnos su instrumentalización por diferentes grupos sociales y las luchas de poder que se producen en torno y dentro de él. El deporte se puede configurar también como campo de luchas, arena política que más que anular los conflictos sociales reales los recoge y amplifica.
De todas formas el deporte – fenómeno tan universal y versátil a la vez – nos habla de la sociedad y de la cultura y su estudio nos permite entender algunos aspectos importantes de la condición humana. Muy claramente argumenta Alabarces:
el deporte puede ser visto como cultura: porque recorre formaciones donde se articulan sentidos sociales, en distintos soportes, interpelando una diversidad de sujetos; de manera plural, polisémica, hasta contradictoria. Porque [ ... ] el deporte puede ser leído, en su multidimensionalidad, como uno de los escenarios privilegiados para atisbar las representaciones que una sociedad hace de sí para sí misma, para interpretar – en el sentido denso que propone Geertz – el complejo cúmulo de negociaciones de estatus y jerarquías que el universo deportivo espectaculariza, para comprender las razones que otorgan fuerza simbólica a su repertorio identificatorio, para buscar –de manera sesgada, oblicua, utópica– las formas en que ese mismo escenario permite no sólo la puesta en escena de lo que se es; también la simulación de lo que se quiere ser/hacer. De manera privilegiada, por su centralidad metafórica, su convocatoria renovada, su persistencia identificatoria (Alabarces 1998:6-7).
El hecho de establecer correspondencias entre deporte y sociedad puede ayudar a explicar su importante valor simbólico en la pluralidad de constelaciones de sentido de modernidad y post-modernidad. En efecto, el proceso de diferenciación y complejidad de organización de las sociedades empezadas con la modernidad hace que el hombre se encuentre a sí mismo confrontado no sólo con múltiples opciones de cursos de acción, sino también con múltiples opciones de posibles maneras de pensar el mundo. Como destaca Bell (1989), el problema principal de la sociedad contemporánea es de inteligibilidad. Los individuos que deben moverse entre las diferentes esferas de lo social reciben mensajes divergentes y contradictorios que complejizan el mundo de la vida y generan crisis de sentido al no poder construir una visión coherente y totalizadora de los sistemas de sentido y significado (Delgado 1992). Es aquí cuando se desvela el papel del rito deportivo y de su magia, ya que éste se convierte en un sistema de referencia donde el individuo armoniza los datos y experiencias a los que parecía haber abandonado el sentido y se constituye como una de las principales fuentes de sentido de nuestra sociedad.

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